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martes, 11 de mayo de 2010

Un Mondrian en cinta.


Aquella mañana sir Arthur Collegan, coleccionista de obras artísticas, no podía dar crédito a lo que sus ojos veían. Al Mondrian de su bisabuelo le había salido un bulto. En realidad más que bulto aquello parecía un embarazo. Y sabía bien de lo que hablaba porque él había ejercido de pediatra en la India cuando fue lancero de complemento.
Esa misma tarde el señor ministro visitaba su casa y convenía actuar con prontitud. La cuestión era no hacer mucho ruido e impedir el escándalo. Con un afilado cortaplumas rajó el lienzo, estrajo el feto y lo depositó en la bañera. Después ordenó a la nurse que fregara el piso y sin dudarlo dos veces cosió a conciencia el corte con una vieja máquina de la Revolución Industria.
Cenó el político en casa y admiró la colección de pintura moderna de sir Arthur, pero celebró especialmente la composición del retrete por su originalidad y pidió al anfitrión que felicitase al artista en su nombre.
Al día siguiente el sir puso al Mondrian en la calle y el cuarto de baño hoy lo exhibe a los curiosos.

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